El entusiasmo presidencial fue contagioso. El obsecuente
público quería más manos para aplaudir. La rendición de cuentas ante la
Asamblea Nacional fue un recuento de éxitos atribuibles a la magna obra del
presidente, empeñado, desde el 16 de agosto 2020, en refundar la República, sin
antes, sin precedentes. El pasado solo ha servido para el relato del crimen,
para la deshonra de la canalla gobernante, condenada sin sentencia por usufructuar
el erario.
Nada más hubo. La espada justiciera se encargó, durante
cuatro años, de la persecución de la maldad. En el nuevo reino impera la
virtud. Los errores subsanables ameritan la impunidad consentida para que la
prosperidad, con nombre de bonos, invada cada hogar dominicano y siga la
fiesta.
El 27 de febrero las ovaciones acompañaban las
aseveraciones. Guiños, besos al aire, Tony Blair e imágenes con la constancia
de lo conseguido, pretendieron conjurar el tedio provocado por la extensa
rendición de cuentas. Ritual repetido con diestro manejo del escenario, gracias
a la convicción que tiene el presidente de ser el artífice de una nueva era.
Optimismo desbordado que encubre falencias sin regatear conquistas.
Extraña fue la exaltación al trabajo hecho por el
Ministerio de Educación en una gestión muy cuestionada que validó la
mediocridad del magisterio, premiando con incentivos la incapacidad. Mención de
logros desconocidos por la población y por los usuarios del sistema. Si tanto
se avanzó, por qué prescindir del ministro y reducirlo a la condición de
“asesor”.
De nuevo las plusmarcas con sus contradicciones. Miles de
toneladas de drogas incautadas y el consumo y la distribución sin ningún
control. Frontera blindada y el entra y sale indetenible esquilmando
presupuestos destinados a Salud y a Educación.
Cualquier observación al recuento de realizaciones, tiene
que ser cauta, porque el mandatario, además de estar en la lista de los mejores
gobernantes de la región, goza de una enorme aceptación en el país. El primero
entre los iguales puede permitirse arrebatos de vanidad y egolatría. Las
observaciones a sus deslices no afectan su imagen. Quizás por eso se erigió en
legislador y juez, confirmó aquello de la ficción de los tres poderes. Con
emoción y para agrado de la alienación colectiva reveló: “Firmé un decreto, que
declara, como organizaciones terroristas, a las bandas criminales haitianas.
Cualquier persona perteneciente a una de esas bandas que ingrese en territorio
dominicano será perseguida, apresada y juzgada, bajo las leyes antiterroristas
de nuestro país”. La comunidad jurídica quedó sin aliento. Después de aquel
desliz la apuesta será al olvido de su comisión, con ayuda mediática, para que
ese yerro no se mencione más.
El cotejo de cifras, la omisión de problemas servirá para
sucesivos análisis de diletantes y especialistas. Válido el encomio para la
postergada decisión sobre la preservación de las Cuevas del Pomier, declaradas
Monumento Natural desde el 2002 y afectadas por la indetenible actividad
minera.
Esta vez, del adanismo, marca Cambio, el presidente luce
bíblico cuando enumera las primeras piedras que ha colocado. Aunque la
continuidad conlleva agobios, él está convencido de su omnipotencia. Su nombre
es el de la institucionalidad dominicana.
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