El agua paga sus daños. Es lo que siempre he escuchado
decir a los agricultores. No sé si podemos afirmar que la tormenta Melissa pagó
los suyos, pero sí dejó lecciones y recordatorios importantes.
La República Dominicana ha avanzado mucho en su capacidad
de predicción y respuesta ante estos fenómenos. Desde experiencias fatídicas
como el huracán Georges hasta Melissa, hoy vemos un sistema de emergencia más
articulado y eficiente.
A esto se sumó la reacción oportuna del Gobierno, que se
declaró en sesión permanente y tomó decisiones económicamente dolorosas, pero
acertadas, como la suspensión de la docencia y de la jornada laboral. Gracias a
ello, se evitaron entaponamientos, vehículos ahogados y personas en riesgo.
Las autoridades actuaron rápido y con coordinación. Pese
a la enorme cantidad de agua caída —en algunas zonas del sur y del Gran Santo
Domingo se registraron hasta 450 milímetros de lluvia en menos de 48 horas—, las
víctimas mortales fueron mínimas.
En ese sentido, hay que reconocer al presidente Luis
Abinader, a los ministros, al Sistema 911, al general Juan Manuel Méndez, a
Gloria Ceballos, a la Defensa Civil, la Digesett, la Policía Nacional y a los
alcaldes y alcaldesas, especialmente los del Gran Santo Domingo, que salieron
de inmediato a las calles.
Pero el cambio climático nos exige más que reacciones
coyunturales. Nos obliga a reorganizar la agenda pública y la inversión
estatal, porque hay vulnerabilidades que requieren respuestas sostenibles y
previsibles.
Hay quienes dicen que no existen los desastres naturales.
Y tienen razón: los fenómenos son naturales; los desastres, sociales.
Lo cierto es que cada tormenta —como Melissa— revela
nuestros avances, pero también desnuda debilidades estructurales,
institucionales y culturales. En este caso, hay al menos cuatro lecciones
clave: drenaje pluvial, manejo de desechos sólidos, planificación urbana y
educación ciudadana.
Comienzo por lo último. La educación dominicana debe
enfocarse no solo en enseñar a leer y sumar, sino también en formar ciudadanos
conscientes. Los teteos realizados bajo alerta roja evidenciaron la falta de
educación cívica. Que haya personas dispuestas a arriesgar su vida y la de
otros para “vacilar” bajo una tormenta muestra un problema de fondo.
Lo mismo ocurre con quienes vieron en los charcos una
oportunidad para nadar, o con familias que permiten que niños se bañen durante
un temporal. Se necesitan campañas de comunicación que promuevan prevención y
convivencia, más allá del protagonismo político o institucional.
Otra lección, mucho más dura, es la urgencia de invertir
en drenaje pluvial, aunque no se vea. Tormentas como Melissa demuestran que hay
obras invisibles cuya ausencia se siente. La facilidad con que se inundan
nuestras calles, incluso las más céntricas, evidencia la necesidad de acción
inmediata.
La planificación urbana también requiere revisión. No
debemos resignarnos a que personas vivan al lado de cañadas y otras zonas
vulnerables, ni permitir que se construyan torres sin prever soluciones de
drenaje.
Por último, pero no menos importante, el manejo de los
desechos sólidos. Las alcantarillas tapadas por la basura que arrojan los
ciudadanos agravan los efectos de cada lluvia y reflejan tanto la falta de
educación como la necesidad de mejorar la gestión municipal.
En fin, tormentas como Melissa deben impulsarnos, con
carácter de urgencia, a repensar nuestras prioridades públicas. Porque, como
dijo nuestro poeta Pedro Mir, la República Dominicana está en el trayecto del
sol, pero también en el de huracanes y tormentas —tan impredecibles y
desafiantes como Melissa.

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