La guerra no declarada del presidente Donald Trump contra
los carteles del narcotráfico que operan en la región del Caribe, y sus
regímenes políticos asociados, mediante un despliegue naval sin precedentes
frente a las costas de Venezuela, es el mayor hecho militar de este género en
décadas, el cual, necesariamente, habrá de culminar introduciendo cambios en la
zona de influencia de Washington y provocando la reducción del imperio del
narco política en determinados países.
El acontecimiento revela una realidad incontrovertible:
solo el poderío de Washington tiene la capacidad, las condiciones y la
determinación política para enfrentar al narcotráfico, un engendro que se
aposentó en cada nación de América Latina y el Caribe, envileciendo a jóvenes y
viejos, diezmando las fuerzas productivas y minando la institucionalidad
democrática y la moral de nuestras sociedades.
“No vamos a quedarnos de brazos cruzados, mientras un
cartel pretende disfrazarse de gobierno en nuestra propia casa”, ha dicho Marco
Rubio, secretario de Estado estadounidense describiendo los objetivos de la
misión.
Ya la operación naval dispuesta desde la Casa Blanca y el
Departamento de Defensa, ha abatido a 43 alegados narcotraficantes
desconocidos, supuestamente de nacionalidad colombiana y venezolana, quienes se
desplazaban en distintas fechas a bordo de 10 “narcolanchas” destinadas a
entregar su ominoso cargamento en territorio estadounidense.
“Vamos a matar a esas personas que introducen drogas a
nuestro país”, prometió el mandatario, poco antes de embarcarse en un periplo
por Asia, mientras descartaba una declaración de guerra conforme a la norma que
autoriza el Congreso.
Creo que esa acción bélica geoestratégica fortalecerá la
gobernabilidad democrática latinoamericana y caribeña, por varias razones:
primero, porque el narcotráfico se ha apoderado del poder en ciertas naciones,
debido a la corrupción política de sus gobernantes, legisladores y jueces, a
quienes el temor y el soborno han comprado impunemente.
Asimismo, dictadores impedidos de acceder al crédito y el
comercio internacional, facilitan sus respectivos territorios como vías para el
ingreso del fentanilo, cocaína y alucinógenos hacia el mercado estadounidense
para el blanqueo de capitales que financia sus economías.
Por tanto, era necesaria esta operación a gran escala
para reducir la influencia política y social del narcotráfico a nivel regional
y, particularmente, porque pone en jaque a las dictaduras latinoamericanas,
encabezadas por Nicolás Maduro, por cuya cabeza Trump ofrece US$50.0 millones
de indemnización para su captura; completan el trío dictatorial, Díaz Canel en
Cuba, y Daniel Ortega, Nicaragua.
Trump acusa a Maduro de dirigir el cartel de los Soles,
una organización ilegal, criminal y terrorista internacional, presumiblemente
integrada por miembros de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, cuyo objeto es
el tráfico principalmente de cocaína y otras actividades ilícitas.
Finalmente, descarto que Trump ordenara tal despliegue
militar sin parangón en los anales regionales, encabezado por el portaaviones
de propulsión nuclear el USS Gerald Ford, únicamente para intimidar y salir con
las manos vacías sin lograr sus objetivos geoestratégicos.

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