Traslado de Kilmar Abrego García a centro de detención en Pensilvania desata nuevas controversias

Redacción Q/I

Phillipsburg, PA. – El caso de Kilmar Abrego García, inmigrante salvadoreño que fue deportado erróneamente por Estados Unidos y convertido en símbolo de las políticas migratorias más duras de la administración de Donald Trump, ha sumado un nuevo capítulo. Esta vez, con su traslado desde un centro de detención en Virginia hasta el Moshannon Valley Processing Center, en el estado de Pensilvania.

De acuerdo con registros judiciales, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) notificó a los abogados de Abrego García el pasado viernes sobre el cambio de ubicación. Según la agencia, el traslado responde a razones de acceso, ya que la instalación en Phillipsburg estaría mejor situada para que los defensores legales puedan entrevistarse con él de forma más directa.

Sin embargo, la explicación oficial no logró disipar las preocupaciones de la defensa. En un escrito presentado ante la corte, los abogados advirtieron que Moshannon ha estado en el centro de múltiples denuncias recientes. Entre las quejas se destacan reportes de “agresiones físicas, atención médica deficiente e insuficiencia de alimentos” que, aseguran, ponen en riesgo tanto la seguridad como la dignidad de los detenidos.

El centro de detención bajo la lupa

El Moshannon Valley Processing Center, ubicado en el condado de Clearfield, ha sido objeto de cuestionamientos desde que pasó a operar bajo contrato con ICE. Organizaciones de derechos humanos han documentado problemas persistentes en torno a la calidad del cuidado médico, la falta de personal capacitado y las condiciones generales de habitabilidad. Activistas sostienen que el centro refleja un patrón más amplio dentro del sistema de detención migratoria: el crecimiento de instalaciones privadas con estándares opacos y cuestionables.

En los últimos meses, informes internos y denuncias de familiares de detenidos han señalado incidentes de violencia entre internos, respuestas tardías ante emergencias médicas y un deterioro en la provisión de alimentos básicos. Estas críticas han motivado llamados a una supervisión más estricta por parte del Congreso y autoridades estatales.

Un caso marcado por la política

La figura de Kilmar Abrego García saltó a la atención pública cuando fue deportado a El Salvador en medio de un proceso plagado de irregularidades. La administración Trump lo presentó como presunto integrante de la pandilla MS-13, acusación que él siempre negó y que nunca se tradujo en cargos judiciales.

Pese a la falta de pruebas, el gobierno utilizó su caso como ejemplo para justificar una política de “tolerancia cero” contra supuestos miembros de pandillas centroamericanas. En junio pasado, Abrego García fue retornado a territorio estadounidense, pero no para reconsiderar su estatus migratorio, sino para enfrentar acusaciones de tráfico de personas. Sus defensores han descrito estos cargos como “pretextos carentes de fundamento jurídico” y los califican de una medida “absurdamente vengativa”.

Tensiones legales y sociales

El traslado a Pensilvania ocurre en un contexto en el que su proceso judicial sigue abierto y cargado de tensiones políticas. Mientras la defensa insiste en que Abrego García fue víctima de un aparato gubernamental que buscaba justificar políticas de deportación masiva, las autoridades continúan sosteniendo que el inmigrante debe ser procesado bajo cargos criminales.

El caso ha despertado también la atención de organizaciones pro inmigrantes y de derechos civiles, que han seguido de cerca cada paso de las audiencias judiciales. Para estos grupos, lo que está en juego va más allá del destino de un solo hombre: se trata de un reflejo de cómo las políticas migratorias de los últimos años han impactado a comunidades enteras, dejando secuelas en el tejido social y en la confianza hacia las instituciones.

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