La Habana, CU.- Assata Shakur, figura emblemática de los
movimientos radicales afroamericanos de la década de 1970 y una de las mujeres
más buscadas en la historia de Estados Unidos, falleció a los 78 años en La
Habana, Cuba, donde residía desde hace más de cuatro décadas.
Nacida como Joanne Chesimard en Queens, Nueva York, en
1947, Shakur se unió al grupo militante Panteras Negras y posteriormente al
Ejército de Liberación Negra (Black Liberation Army), organizaciones que
surgieron en medio de las tensiones raciales y políticas de la época. Su nombre
comenzó a ocupar titulares tras ser acusada de participar en actividades
armadas vinculadas con la lucha por los derechos civiles y la resistencia al
sistema judicial estadounidense.
El episodio que marcó su historia ocurrió en 1973, cuando
fue arrestada y posteriormente declarada culpable del asesinato del policía
estatal Werner Foerster, durante un enfrentamiento en la autopista de Nueva
Jersey. Aunque ella siempre mantuvo su inocencia, un jurado la sentenció a
cadena perpetua.
En 1979 protagonizó una de las fugas más recordadas en el
país: escapó de la prisión para mujeres de Clinton, en Nueva Jersey, con ayuda
de militantes armados. Tras pasar por diferentes refugios clandestinos, logró
llegar a Cuba en 1984, donde recibió asilo político del gobierno de Fidel
Castro. Desde entonces vivió bajo la protección de la isla, convertida en
símbolo de resistencia para algunos sectores y en fugitiva peligrosa para las
autoridades estadounidenses.
Durante su exilio en Cuba, Shakur trabajó como maestra y
escritora. Publicó su autobiografía en 1987, en la que narró su vida marcada
por la lucha política, la represión y su huida. El libro se convirtió en una
obra de referencia dentro de los movimientos sociales y en la academia,
especialmente en los estudios afroamericanos y de género.
El FBI la incluyó en su lista de terroristas más
buscados, convirtiéndose en la primera mujer en recibir esa clasificación. La
recompensa por su captura llegó a ascender a dos millones de dólares,
reflejando la importancia que el gobierno estadounidense otorgaba a su caso.
En Cuba, Shakur construyó una vida discreta aunque no
exenta de atención internacional. Fue invitada a conferencias y actos
culturales, donde transmitía mensajes sobre la igualdad racial, la justicia
social y la emancipación. Con el paso de los años, se convirtió en un personaje
de culto, invocada en canciones, textos y documentales que alimentaron tanto el
mito como la polémica en torno a su figura.
Su muerte cierra un capítulo que atravesó varios
escenarios históricos: la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, la
Guerra Fría, el exilio político y el debate permanente sobre justicia,
violencia y resistencia.

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