Lo peor que nos puede pasar, como advertí en una columna
anterior, es que se ponga de moda asesinar testigos para evitar que declaren en
los tribunales de justicia como ocurrió este martes en San Francisco de
Macorís, el segundo caso en menos de tres meses. Cuando en Santiago asesinaron
a Jesús Cabrera, de 32 años, mientras se dirigía al Palacio de Justicia para
testificar en el juicio a los asesinos de su sobrino, llamé la atención sobre
el poco interés en el hecho que mostró la prensa, como si se tratara de un tipo
de violencia criminal a a la que estuviésemos tan acostumbrados que ya nos
parece algo normal. Por supuesto, todos sabemos que todavía no hemos llegado a
esos extremos, pero lo que acaba de ocurrir en San Francisco de Macoris a las
puertas del Palacio de Justicia de ese municipio, donde un joven de 23 años que
salió de una audiencia fue asesinado a balazos delante de todo el mundo, nos
está diciendo que tal vez no estemos tan lejos de esa posibilidad. Poco se sabe
de la investigación sobre la muerte en Santiago de Jesús Cabrera, un obrero que
trabajaba en la construcción del monorriel, y nadie debe sorprenderse, dada su
condición social, si ese hecho se archiva como otro caso sin resolver.
En cuanto al asesinato en San Francisco de Macorís de
Luis Gustavo Grullón D´Aza, de 23 años, las autoridades lo tienen más fácil,
pues el asesino actuó con tanto desparpajo, como si no le importara que lo
identificaran, que ya se conoce su nombre y se dice que lo persiguen
“activamente”. Sus familiares se quejaron, en medio del dolor y la impotencia,
de que habían denunciado ante la Fiscalía que a su pariente intentarían matarlo
para que no testificara, pero nunca recibió la protección que evidentemente
necesitaba. De la respuesta que den las autoridades a estos crímenes dependerá,
en gran medida, que podamos evitar que vuelvan a repetirse. O que, peor
todavía, se pongan de moda en una sociedad donde los malos ejemplos encuentran,
rápidamente, demasiados imitadores.

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