Considerada una de las piezas literarias
latinoamericanas, “Yo el Supremo” de Augusto Roa Bastos constituye un retrato
del exceso autoritario, pero de atractivo coloca en contexto la soberbia expresión
del desenfreno en sociedades permeadas por el todopoderoso que se instala en el
mando presidencial seducido por la idea de la eternización.
El retrato de Rodríguez de Francia nos refiere al
Paraguay entre 1811 y 1813, y los 26 años de un mandato sin piedad frente a sus
adversarios. Aunque murió tranquilamente, sus manías marcaron la conducta y
hábitos de su nación. La desaparición física de un dictador no se traduce en
una pulverización inmediata de sus influencias y grado de penetración en la sociedad.
Inclusive, sus métodos terminan deleitando a muchos de sus relevos.
Hoy en día, en un contexto regional caracterizado por el
interés de sobrevivir a cualquier precio, las visiones autoritarias no parecen
duraderas porque el divorcio entre lo que representan y la nueva realidad
social hace inviable cualquier intento de coexistencia. La concepción
extremista bajo la que se sostienen impulsa un juego de poder incómodo y, de
arrancada, hostil a la tradición democrática occidental e indefendible ante los
valores que la pluralidad política impone.
La defensa de los procesos progresistas en el marco de la
Guerra Fría no era atribuible solo a la facción ideológica, sino que una parte
de franjas adversas a los excesos e intolerancia desde el poder terminaba haciendo
causa común con líderes y organizaciones específicas. Allí el factor del dogma
no era importante.
En la actual coyuntura, las impugnaciones que, desde una
parte importante del liderazgo regional, recaen sobre gobernantes de escasa
legitimidad democrática, obedecen al hastío de sus ciudadanos y a la
incapacidad de alcanzar patrones de pluralidad y disenso. De ahí que la
obsoleta argumentación que intenta justificar su ineficacia en la gestión
derive en la manida retórica de injerencia al estilo Guerra Fría, ignorando la
transformación en tiempo y espacio de una realidad a mil kilómetros de
distancia de la razón y sentido común.
Los que quedan, e intentan sostenerse, serán materia
prima de futuras novelas o textos reveladores de un relato en principio inverosímil
y pautado por una realidad impensable en el siglo 21. Por eso, evocan al genio
de Augusto Roa Bastos y su innegable capacidad de proyectar con 100 años de
antelación las figuras que se pavonean en la escena pública, desgraciadamente
gobernando pueblos dignos de mejor suerte.

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