La política, asumida desde la óptica del dinero, allana
todos los caminos para imponer sus criterios. Y, en ese sentido, inducir a los
ciudadanos representa la herramienta por excelencia interesada en imponer
criterios, desdeñando los sentimientos y las preferencias de los dominicanos,
lo que llevamos insertado en el corazón. De ahí, la fuerza del marketing:
cuando el mercado se presume comprable por inversionistas que apuestan a
valores inspirados en la rentabilidad de sus triunfos.
El método preferido para manipular el sentimiento de los
ciudadanos lo representa el uso vil de las encuestas. Éstas casi siempre
reflejan las órdenes del que paga porque adicionan a su estrategia los recursos
destinados a repetir relatos políticamente orientados. Y así, sin regulación
estricta de las autoridades, la prostitución del criterio encuestador está
destinado hacia la ambientación de un relato repetido inmisericordemente por
voceros que cobran lo que dicen.
Allí la objetividad no importa, prevalece el marcado
interés de que la distorsión conquiste y tome por asalto el estado emocional de
los electores.
Recostados en cumplir sus objetivos truculentos, los
arquitectos de las encuestas pretenden darle ribetes de credibilidad a sus
locuras. De ahí el clásico maquillaje de un extranjero, fungiendo de vocero de
su creatividad estadística o financiando vía tuberías económicas el anhelo del
funcionario-aspirante con intenciones presidenciales. Es impúdica su
subestimación de la inteligencia ciudadana. Por fortuna, sus averages erráticos
los tipifican de filibusteros de nuevo cuño, todavía siempre diestros para
encontrar el tonto útil que le llena los bolsillos de papeletas.
La escena ya huele a pergamino rancio. Confiaba en que la
nueva generación de políticos estaba comprometida con transformar, tanto en la
forma como en el fondo, los hábitos del quehacer público. Honestamente, ahora
tengo mis dudas.
En múltiples casos, los percibo de servidores del pasado
en copa nueva. No se puede renovar la política si se sigue reciclando la misma
hipocresía con distinto empaque.
Si la nueva generación quiere marcar la diferencia,
primero debe atreverse a romper con las trampas del viejo guión. Lo tragicómico
de la obra es que se creen la mentira, dándole carácter de certeza a los
olímpicos ejercicios de manipulación. ¡Que vergüenza!

0 Comentarios