México.- “No necesitan llegar a Estados Unidos para
cumplir su sueño”, dice con tono de seguridad Don Peter refiriéndose a sus
compatriotas haitianos. Él llegó a México en 2023 y un año y medio después ya
festejaba el primer aniversario de su negocio. “Empezar siempre no es fácil,
pero después de un año se va a acostumbrar a la cultura y se va pa’ lante”,
afirma.
Su nombre completo es Peterson Datos, pero sus clientes y
amigos le dicen Don Peter, además de que sus negocios lucen este nombre. La
apacible atmósfera de su tienda tapizada de trenzas afro, licores de coco y
animada por una clientela haitiana que habla en creole (el principal idioma de
Haití) contrasta con el caótico y estridente ambiente de la alcaldía donde nos
encontramos, Tláhuac, al sur de Ciudad de México. Y como suena una pegajosa
canción haitiana que invita a bailar al visitante, es fácil imaginarse que así
es la vida en el Caribe haitiano.
Mientras nos muestra sus diversos y coloridos productos,
Don Peter nos explica que muchos de sus compatriotas decidieron quedarse en
México porque consideraban que hay muchas oportunidades, desde la escuela
gratuita para los niños hasta la posibilidad de estudiar la universidad y, por
supuesto, trabajo. Él, por ejemplo, se siente muy orgulloso por lo que ha logrado
en tan poco tiempo, pues a finales de 2024 ya estaba abriendo un segundo
negocio, un restaurante de comida haitiana justo a la vuelta del primero. “Todo
va bien gracias a Dios, y gracias a México por las oportunidades que me da”,
comenta.
La invención del sueño mexicano
Las autoridades mexicanas se vieron sorprendidas cuando
México se convirtió en el destino de miles de migrantes porque hasta antes de
la pandemia se le consideraba un país de origen y de tránsito hacia Estados
Unidos. La diplomacia mexicana informó a finales de 2024 que la comunidad
haitiana es una de las más numerosas con cerca de 100.000 haitianos instalados
en el país y la mayoría viviría en Ciudad de México, cerca de 45.000, según la
prensa local.
“¡Fue un choque!”, cuenta Michel Cortés al recordar el
día en que vio por primera vez a un grupo de haitianos a las afueras del centro
cultural donde les brinda clases gratuitas de español. “Yo creo que ellos nos
veían como raro y nosotros a ellos”, agrega.
Los capitalinos ya se habían familiarizado con las
caravanas de migrantes iniciadas en 2018, que eran pasajeras, pero nunca habían
visto tantos improvisados y prolongados campamentos como los que acapararon sus
banquetas, plazas y parques en los tiempos de Covid. Llegó un momento en que los
albergues ya no podían atender a tanta necesidad, y los migrantes encontraron
refugio al sur de la capital, donde la vida es más económica.
Con lonas de viejas campañas electorales alzaron tiendas
que apenas los protegían de las frías noches del altísimo altiplano mexicano,
que se encuentra a 2.240 metros sobre el nivel del mar, y de los ardientes
rayos de sol del mediodía, y para bañarse asistían a regaderas que los locales
les rentaban en sus domicilios. En estos campamentos vivían médicos,
cargadores, taxistas, profesoras, estilistas… haitianas y haitianos de todos
los horizontes que en un principio sólo estaban de paso, pero que años después
México se convertiría en su segundo hogar.
Su presencia causaba malestar para muchos lugareños que
se quejaban de que no podían caminar por las banquetas, de que las autoridades
no les brindaban sanitarios y de que se sentían inseguros con estos nuevos
vecinos. Tiempo después muchos comprenderían que habían sido injustos
tratándolos de delincuentes como algunos estadounidenses lo hacen con los
mexicanos en Estados Unidos.
Con su llegada, los mexicanos aprendieron de golpe que
Haití era el país más pobre del continente americano y que huían de su isla
porque había sido azotada por varias tragedias. Primero por el terremoto del 12
de enero de 2010 que le quitó la vida a más de 280 000 personas, y luego por la
ola de violencia desatada tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse, el 7
de julio de 2021, incontrolable hasta nuestros días y que obligó a más de un
millón de haitianos a dejar su domicilio (la población de Haití es de poco más
de 11,5 millones).
“Todo el mundo quiere huir del país porque está cansado.
Todos los días hay balazos p’arriba, p’abajo… Todo el mundo si sale de Haití no
piensa regresar”, cuenta Don Peter, triste y enfurecido.
Además de la violencia que reina en aquel país caribeño,
los mexicanos supieron de la espinosa relación entre Haití y Francia cuando el
presidente galo, Emanuel Macron, insultó a los dirigentes haitianos llamándolos
"idiotas" por haber destituido a un exministro, Garry Conille, que él
apoyaba. Aquella frase le dio la vuelta al mundo el 21 de noviembre de 2024.
Varios especialistas reaccionaron recordándole a Macron
que parte de la desgracia de los haitianos se explica por la injusta deuda que
los excolonos franceses les impusieron tras su independencia, en 1804. El
famoso economista francés, Thomas Piketty, explica en su libro Capital e
ideología que en 1825 Haití aceptó un préstamo de 150 millones de francos de
oro (que equivaldrían a unos 40 billones de euros hoy en día) de la Caja de
Depósitos y Consignaciones (Caisse des dépôts et consignations), una
institución francesa existente hasta nuestros días. Sabiendo que ese monto
sería imposible de pagar, pero con tal de que no los invadieran nuevamente, los
haitianos se resignaron a pagar cada año, y de manera indefinida, un monto que
cubría únicamente los intereses y que equivaldría al 15% de su producción
anual. Aunque fue renegociada y saldada en 1950, los 125 años de deuda habrían
impedido el desarrollo de Haití y por lo cual, dice Piketty, Francia debería
reconocer su responsabilidad y pagar una indemnización.
El conjunto de tragedias, pobreza y violencia empujó a
los haitianos a un éxodo que nadie sabe cuándo ni cómo terminará. La pandemia
de Covid los había detenido en México, pero en 2023 banquetas, plazas y parques
recobraron su imagen original, ya olvidada por algunos. Las condiciones habían
cambiado para seguir hacia Estados Unidos.
Unos lo hacían de manera legal, con la cita de la extinta
aplicación CBP One creada por Joe Biden para controlar el ingreso de migrantes,
otros continuaban arriesgando sus vidas en las peligrosas rutas del Río Bravo y
del desierto, y muchos otros, miles, comenzaron a rentar cuartos, departamentos
y hasta casas porque durante estos años habían encontrado que aquí era posible
cumplir el sueño americano.
El plan B
“La situación en Haití sigue muy inestable, y aunque
México también tiene sus dificultades es un país mucho más seguro, mucho más
estable que Haití”, explica el encargado de la Organización para Cooperación y
el Desarrollo Económico (OCDE), Thomas Liebig.
Nos recibió en sus oficinas en París para comprender por
qué en su reporte sobre migraciones de 2024 la OCDE posiciona a México en el
sexto lugar de los países con más solicitudes de asilo, detrás de Estados
Unidos, Alemania, España, Canadá y Francia en respectivo orden. “¡Es
sorprendente la dinámica migratoria de México! Vemos cifras de más del doble
[que en tiempos] de la pandemia”, resalta.
En 2022 el Gobierno mexicano registró 118.756 solicitudes
de asilo (17 mil eran de haitianos); en 2023 fueron 140.980 solicitudes (44 mil
eran de haitianos), y en 2024 disminuyeron a 78.975 peticiones (10.853 eran de
haitianos). En estos años la comunidad haitiana aparece en los primeros lugares
junto con la cubana, la venezolana y la hondureña.
“Lo importante es decir que México se ha convertido en un
país acogedor de migrantes. No solamente es un país emisor de migrantes, sigue
siendo un país de tránsito, pero también un país acogedor de flujos migratorios
como se ven en esas cifras”, asegura Liebig.
La institución mexicana encargada de atender las
solicitudes de asilo es la Comisión Mexicana para Ayudas a Refugiados y a la
que los migrantes llaman por sus siglas, la COMAR. Tiene oficinas en diferentes
partes del país, incluidas ciudades cercanas a las fronteras como Tijuana y
Ciudad Juárez en el norte, y Tapachula y Tuxtla Gutiérrez en el sur. Nosotros
visitamos las oficinas de Ciudad de México que se encuentran en la sureña
Alcaldía de Iztapalapa, conocida por concentrar barrios de haitianos.
Al salir de la estación de metro Escuadrón 201, la más
cercana a la COMAR, nos encontramos con Andy, un joven haitiano quien nos
permite conversar con él a pesar de que lo agarramos en la hora sagrada de los
alimentos.
“Aquí estamos tratando de acostumbrarnos con la comida.
Nuestra comida es diferente y es mejor”, nos dice soltando una risa e
invitándonos a sentarnos en su mesa en un puesto de comida de tacos y hamburguesas.
Le preguntamos si tiene algún inconveniente con el picante mexicano. “El de
nosotros es un poquito más fuerte, pero es casi lo mismo”, responde.
“¿Vinieron a la COMAR a hacer algún trámite?”: “Sí”,
contesta. “Estamos en trámite porque como usted sabe lo primero que uno debe de
hacer es legalizarse en un país donde piense que tiene un futuro, porque
nuestro futuro es vivir en México”; detalla.
Andy nos explica que la solicitud de asilo puede durar
medio año, y mientras tanto debe venir cada 10 días a firmar un documento para
comprobar su presencia en México. Lleva tres meses en este procedimiento. “En
máximo seis meses nos van a dar una respuesta, sea negativa o positiva, sé que
máximo son seis meses”, afirma.
“¿Usted consideraría que México es el país de las
segundas oportunidades?”, preguntamos. “Para nosotros… para mí…bueno… para mí
sí, porque mi sueño era vivir y llegar aquí en México. Ahora estamos aquí y
esperamos lo que Dios diga. Creo que para Dios no hay nada imposible. Creo que
todo va a estar bien… todo va a estar bien…”, responde.
Para otros migrantes México no es el destino principal,
sino el plan B. Una joven haitiana nos cuentó que ella dejó Chile para llegar a
Estados Unidos, pero que con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca considera
quedarse en México. “Ahorita estoy en trámite para obtener asilo o la
residencia definitiva. Después de eso ya veré si sigo intentando pasar o no”,
dice.
El país es de quien lo trabaja
A las afueras de la COMAR nos encontramos con un comerciante
haitiano que vende paté, las empanadas tradicionales de Haití. Un cubano se
acerca a preguntarle que de qué están rellenas y él le responde que de “huevo
cocido, pollo, tomate y cebolla”. “No solamente huelen rico, también saben
ricas”, así seduce a su cosmopolita clientela.
Su nombre es Ernso, llegó a México en abril de 2024 y en
diciembre de ese mismo año obtuvo el estatus de refugiado que le brinda los
mismos derechos que a un ciudadano mexicano, pero no votar. “Para mí fue muy
fácil y rápido”, nos confía.
“Estuve en Chile casi siete años y no he tenido [el
permiso de residencia]. Tenía todos los requisitos que me han pedido allá pa’
tener la credencial de allá y no he podido porque la forma en que lo hacen está
muy complicada, pero aquí, en México, es como diez veces más fácil que allá, en
Chile”, cuenta.
Afirma que no piden “casi nada. Si tienes tu pasaporte
vienes con tu pasaporte, [incluso] si no tienes con qué identificarte, vienes.
A mí me dieron la entrevista 45 días después de que la solicité. El 3 de
octubre [fue la entrevista], y me dieron la resolución el 5 de diciembre. Ahora
estoy con el estatus de persona refugiada”, agrega.
“Te preguntan que por qué dejaste tu país, por qué estás
en México y todo eso. La entrevista dura una hora. Y para las preguntas tienes
traductor, tienes una persona ahí para traducir. Tú hablas en tu idioma”,
detalla.
“¿Y cómo fue que desde Chile llegaste hasta México?”, le
preguntamos. “Es un trayecto muy duro, muy complicado. Hay varias formas, pero
para mí fue el trayecto del Darién [la peligrosa selva entre Colombia y
Panamá]. Había que cruzar todos los países: Chile, Perú, Ecuador, Colombia,
hasta Guatemala y llegar hasta la capital [de México]”, cuenta.
“El Darién fue duro. Yo no me metí por Tapachula, me metí
por Tenosique, y de Tenosique a aquí es peor que Darién porque si te encuentra
la migración te puede regresar hasta la frontera. Y también es mucho gasto,
porque cobran bastante para llegar hasta aquí. No es un viaje directo hasta la
ciudad, puro transporte. Fue duro. Viajando de la frontera a la capital casi es
un sueño. Nunca sabes lo que va a pasar. Hay secuestro. Te quitan dinero. Hay
violación. Te golpean”, continúa.
Ernso nos cuenta su dolorosa y complicada travesía en un
impecable español porque comenzó a aprenderlo en República Dominicana, donde
vivió antes de intentar el sueño chileno. Nos dice que un momento clave de su
historia en México apareció cuando encontró la organización Casa Refugiados:
“Ellos me explican los apoyos que tienen para personas refugiadas y de ahí dije
‘ya, llegué a mi país’ porque siempre esperaba vivir en un país así”.
Días después esta organización apoyada por el Alto
Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) nos abre sus puertas
para detallarnos la orientación que brindan a los migrantes. Nos recibe
Gabriela Pérez Guerra, periodista nicaragüense que dejó su país en 2018 debido
a la insoportable represión instaurada por el presidente Daniel Ortega. Aquí es
la encargada de la educación para la paz.
Nos cita en un céntrico parque de la Ciudad de México, en
la colonia Roma, donde tienen un pequeño centro cultural que están restaurando.
En una de las paredes se puede leer “Hagan por los demás todo lo que les
gustaría que hicieran por ustedes”. “Esta es la frase de oro. Todos necesitamos
ser abrazados, todos tenemos vulnerabilidades, todos tenemos algo que nos
duele, pero también todos tenemos cosas lindas y la necesidad de vivir en paz”,
dice.
Tras contarle la historia de Enrso, nos cuenta que ella
también había sido orientada por Casa Refugiados. “La información es clave para
tener ejercicio a derechos y a obligaciones en este país”, destaca.
Las personas que llegan aquí siguen “La Ruta
Humanitaria”, como lo llaman al proceso de acompañamiento que consiste, primeramente,
en escuchar las necesidades de cada persona. Les brindan alimento, alojamiento
o atención psicológica si la requieren. Luego les proponen una entrevista con
un acompañante humanitario y es en ese momento les indican los pasos a seguir
si desean pedir refugio en México.
“La gente debe saber cuáles son sus derechos, a dónde
acudir, cómo quejarte, cómo proteger tu dignidad. Todas esas cosas también son
parte de un proceso de integración, pero que nosotros queremos que escale a
inclusión: tengo derecho porque soy un ser humano”, concluye.
El hábil vendedor haitiano que nos habló de Casa
Refugiados nos asegura que ya se siente “medio mexicano” y que quiere estudiar
y hacer más negocios. ‘Yo creo que vamos a tener más entrevistas porque en
México, lo prometo, lo voy a hacer en grande”, dice, y así nos despedimos.
Siempre la misma historia
Un haitiano perdió un brazo en su trabajo en la primavera
de 2024. Se lo cortó una máquina. La empresa no hizo nada por él, pero sí la
comunidad haitiana que lanzó una campaña de ayuda en las redes sociales.
“El compatriota sigue viviendo de manera muy triste
porque no es lo que esperaba”, lamenta el presidente de la Diáspora haitiana en
México, Frisnel Joseph, y asegura que los migrantes irregulares son las
primeras víctimas de la explotación laboral.
“Siempre les decimos que tengan sus papeles en regla
porque si llega a pasar algo, como un accidente, la empresa no te va a
respaldar… La mayoría de las empresas aquí tienen su propia ley”, añade.
Además de exhibir la negligencia de las autoridades
mexicanas para investigar las injusticias laborales, Frisnel también expone las
desigualdades salariales entre personas legales e ilegales. Pone como ejemplo
el trabajo informal en el concurrido mercado de La Merced donde es fácil
encontrarse con migrantes provenientes de América Latina, pero también de
África, en la clandestinidad.
“A quien tiene papel no le dan trabajo porque es más
provechoso darle trabajo a alguien que es ilegal. Las empresas dicen, ‘a quien
no tiene papel le doy 100 pesos al día (cerca de 5 euros)’, pero el que tiene
papel va a decir ‘el salario mínimo es de 300 y tantos pesos al día, me tiene
que pagar el salario legal’. Eso pasa también en los Estados Unidos y en muchas
otras partes”, explica.
Frisnel nos cuenta que su asociación busca una cita con
la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, para exponerle estas injusticias.
De concretarse, le pedirán que cree una asistencia especial para migrantes
irregulares víctimas de explotación laboral.
“Los migrantes no son asesinos, no son criminales, son
personas que buscan una vida mejor. Son personas que en sus propios países han
encontrado muchas dificultades, y Haití no es el único país que está pasando
por esta situación. Los migrantes vienen a hacer crecer la economía. Los
migrantes buscan un refugio en el mundo”, afirma.
El “sueño mexicano” de los haitianos es también el sueño
de miles de mexicanos, no sólo en Estados Unidos sino en su propio país:
quieren justicia, seguridad y condiciones de trabajo que les permitan vivir en
paz. Pero también es el sueño de millones de migrantes en todo el mundo que un
día guardaron su vida en una mochila y se fueron sin saber cuándo regresarán. O
si regresarán.

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