New Jersey, NJ.- El rugido que estremeció el MetLife
Stadium este domingo, cuando Chelsea venció 3–0 al Paris Saint-Germain en la
final del Mundial de Clubes, fue más que una celebración deportiva: fue una
declaración de que el fútbol puede sentirse en casa en Estados Unidos. Ante una
multitud de más de 80 mil personas, con cánticos en inglés, francés y español,
el conjunto inglés levantó el trofeo tras una actuación dominante que dejó en
evidencia la profundidad de su plantel y la diferencia física en el tramo final
del torneo.
Cole Palmer abrió el marcador al minuto 26 tras una
jugada colectiva que desarmó la zaga parisina. Ya en la segunda mitad,
Christopher Nkunku amplió la ventaja con un disparo cruzado imposible para
Donnarumma, y Raheem Sterling cerró la cuenta al 87 con un gol de contragolpe
que desató la euforia entre los hinchas vestidos de azul. El PSG, por su parte,
mostró chispazos de calidad con Kylian Mbappé generando peligro, pero nunca
logró traducirlo en contundencia ante un Chelsea superior en todas las líneas.
El ambiente fue vibrante, digno de una final europea. Sin
embargo, esa energía contrastó fuertemente con lo que se vivió en muchas otras
sedes a lo largo del torneo. En ciudades como Orlando y Cincinnati, las gradas
lucieron semivacías durante la fase de grupos. Los boletos, que originalmente
se vendían hasta en $2,900 dólares para zonas premium, tuvieron que ser
rematados por apenas $13 en algunos partidos, menos que una cerveza en el
estadio. El desfase entre los precios y la expectativa real de asistencia
generó enojo entre fanáticos que compraron entradas anticipadas a precios
inflados. La respuesta de FIFA fue tardía, y aunque las fases eliminatorias
recuperaron público, el daño a la imagen de la organización ya estaba hecho.
A estas preocupaciones se suman tensiones políticas. El
presidente Donald Trump, autodenominado líder del comité organizador del
Mundial 2026, ha impulsado políticas migratorias que preocupan a la comunidad
internacional. Una orden ejecutiva reciente impide la entrada de visitantes
desde 12 países, incluidos Irán y Haití, cuyas selecciones aspiran a clasificar
al Mundial. Aunque los equipos y personal técnico están exentos, miles de
aficionados quedarían excluidos. Además, retrasos en el procesamiento de
visados y mensajes intimidantes en redes sociales por parte de agentes de
seguridad desalentaron la asistencia de muchos seguidores.
A pesar de todo, el torneo fue rentable. Según cifras de
FIFA, el evento generó más de 2,100 millones de dólares en ingresos. Gianni
Infantino lo calificó como el torneo de clubes más exitoso de la historia en
términos económicos, con un promedio de 33 millones de dólares por partido. La
producción televisiva, la seguridad en los estadios y el transporte funcionaron
sin mayores contratiempos, y el nivel futbolístico sorprendió incluso a los
escépticos. Equipos sudamericanos como Boca Juniors, Fluminense y Flamengo
contagiaron con su pasión, y clubes como Al Hilal de Arabia Saudita dieron la
sorpresa al eliminar a gigantes como el Manchester City.
Con el telón bajado en el Mundial de Clubes, queda claro
que Estados Unidos tiene la infraestructura y la pasión para recibir un
Mundial, pero también que debe corregir errores de planificación, abrir sus
puertas al mundo sin restricciones arbitrarias y poner al aficionado en el
centro de la experiencia. Si lo logra, el 2026 podría ser verdaderamente histórico.
Si no, este torneo habrá sido solo un ensayo fallido.
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